La ansiedad, el estrés y la depresión son enfermedades mentales aunque muchas veces no pensemos en ellas como tales. Estoy segura de que todos hemos vivido (algunos de cerca y otros en la distancia) las consecuencias fatales que se producen si dejamos que estas y muchas otras enfermedades mentales nos ganen la partida. Por eso mi deseo de hoy es que todos los enfermos que a muchos ojos son invisibles, se vuelvan visibles para la sociedad.
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Su
abuelo siempre había sido un hombre con carácter. En cierto modo retraído. Le
gustaba ir a su aire. En eso se parecía mucho a su nieta.
Primer
recuerdo: Ella es bien chiquitita, apenas 4 años y lleva un vestidito de color
amarillo. Están los dos en la huerta. La niña intenta ayudar a su abuelo en
todo lo que puede. Se entienden a la perfección. Él la mira y ella comprende al
instante que el abuelo necesita un cubo. Va a por él.
Segundo
recuerdo: Ella tiene 10 años. Él 80. Sentados los dos solos frente a la
televisión apagada mientras los demás toman el café en la cocina. Él finge
dormir pero sus párpados se abren con frecuencia. Mira a la niña. Ella ya es
mayor y se da cuenta. Levanta los ojos del libro y le devuelve la mirada. No
necesitan palabras. Repetirán durante años este ritual. Todos los domingos que
ella vaya a visitarle.
Tercer
recuerdo: Cocina del abuelo. La familia discute. El abuelo ya no parece tan
fuerte. Coge la mano de la chavala y la susurra al oído "Estos adultos no
disfrutan de la vida. De mayor si quieres ser feliz, no se te ocurra
imitarles".
Cuarto
recuerdo: Una habitación de hospital. Él tiene 84 años. Aprieta con firmeza las
manos que la adolescente le tiende. A él le cuesta respirar y pareciera que se
le escapa la vida. Pero es fuerte.
Quinto
recuerdo: Ha pasado un año. El cuerpo del abuelo se ha recuperado, su cerebro
no tanto. Ella acaba de llegar al pueblo.
–Tesoro
mío. (Ya son 15 años, los mismos que tiene ella, en los que el abuelo la saluda
siempre así).
Caminan
los dos despacito. Él habla de cuando compró aquella mula. Ella escucha como si
le fuera la vida en ello. Él vuelve a contar la misma historia. En esta ocasión,
otra versión.
–Solete
(sus palabras de despedida), Solete, que tengas un buen viaje.
Último
recuerdo: Es verano, la vecina ha ido a casa de los abuelos, en el pueblo, a
visitarles. El abuelo no es el mismo, grita sin parar. Hace meses que sus
palabras son inconexas. La vecina se asusta. La joven le da una palmadita en la
espalda a su abuelo para que se tranquilice. No se atreve a más. Él ya no la
reconoce y se altera.
La
enfermedad mental va venciendo al abuelo. 86 años. Demencia senil. Quizás Alzheimer.
No sabe quiénes son sus nietos ni sus hijos. A veces no sabe ni quién es él.
No
guarda ninguno de los recuerdos que Laura atesora con tanto cariño y escribe en
este mismo momento para no olvidarlos nunca. Pase lo que pase.
Pero
el abuelo los ha olvidado todos, para siempre. Tan orgulloso... Ella sabe que
para él es una deshonra perder sus facultades intelectuales. Las veces que él
se da cuenta de ello, la angustia le envenena el corazón. Sufre él, sufre la abuela,
sufre la familia, sufre Laura. Lo ve injusto. Con lo que se ha sacrificado el
abuelo en la vida, acabar así...
Y
sin embargo, a pesar de todo, él la sigue diciendo:
–Tesoro
mío, ven, que te cuento la historia de las mulas...
Luna. Estrellas. Campo. Pueblo: ABUELO
Ella
asocia términos con recuerdos, pero en realidad sabe que todas las palabras le
pueden conducir hasta él.
Azúl. Sí, azúl. Como sus ojos.
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Que los invisibles se tornen visibles.
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