19 de octubre de 2012

Amnesia colectiva

La mejor forma de no repetir errores es recordando la historia. Desgraciadamente, somos una sociedad desmemoriada.
Al sistema le resulta más cómodo que olvidemos; a nostros mismos, los humanos, por lo general, nos es más fácil olvidar y dejar de lamentar.
Pero este tipo de amnesia nos hace menos libres, más esclavos.

No olvidemos. (Y qué mejor manera de no olvidar que recordando un sabio poema de Benedetti)

"Cada vez que nos dan clases de amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana
cada vez que nos dan clases de amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros
en mi región hay calvarios de ausencia
muñones de porvenir, arrabales de duelo
pero también candores de mosqueta
pianos que arrancan lágrimas
cadáveres que miran aún desde sus huertos
nostalgias inmóviles en un pozo de otoño
sentimientos insoportablemente actuales
que se niegan a morir allá en lo oscuro
el olvido está lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda
en el fondo el olvido es un gran simulacro
nadie sabe ni puede, aunque quiera, olvidar
un gran simulacro repleto de fantasmas
esos romeros que peregrinan por el olvido
como si fuese el camino de santiago
el día o la noche en que el olvido estalle
salte en pedazos o crepite,
los recuerdos atroces y de maravilla
quebrarán los barrotes de fuego
arrastrarán por fin la verdad por el mundo
y esa verdad será que no hay olvido"
(Mario Benedetti)

21 de marzo de 2012

Preposiciones indecentes


Anocheceres que comienzan en tus brazos, perdiéndome entre tus piernas y colgándome de tu cuello. Manos que arrancan ropa con avidez, y lenguas y labios que acarician sin moderación.

Madrugadas que continúan ante miradas de deseo que se estrellan contra tu pecho, y se prolongan bajo y sobre tu cuerpo. Bocas que muerden para devorar, y caderas que expulsan, uno a uno, gemidos instintivos. Arañazos y huellas en la espalda, en los hombros, y en el alma.

Amaneceres que acaban contigo y conmigo, y se dirigen, por la senda del estremecimiento, hacia el clímax. Salivas y sudores entrelazados, fundiendo placer a sorbos agigantados.

Para, finalmente, ver tu cuerpo, desnudo, yendo desde el temblor, hasta la luz.