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15 de julio de 2014

Vivir sin desvivirse no es vivir

Me pasa con cierta gente, de repente conozco a alguien, o me fijo en alguien que antes no había "visto", y que ahora me deslumbra. No sucede a menudo, porque derribar mis barreras no es nada fácil, pero de repente alguien (un familiar/un amigo/un desconocido) entra y no hay manera de hacerle salir. Me vuelvo loca e irremediablemente apasionada. El resto de personas que me rodean (y a las que quiero) pasan a un segundo plano. El mundo se para y yo sólo quiero adentrarme más y más en ese alguien, quiero formar parte de él. Me vuelco, derramo todo mi ser, hasta quedarme seca y consumir todas las emociones.
Cuando la fiebre pasa, deja en su lugar mucho cariño y una ternura considerable. Me gusta conservar a esas personas (de una manera u otra) en mi vida, conocerlas con calma, con equilibrio, reforzar la amistad... Ser serena y estable.
Y cuando parece que todo marcha bien, que tengo las relaciones personales bajo control, vuelve. Vuelve la sed de otra persona y ese periodo de "enamoramiento" que es como una droga, una puta locura que me vuelve la cabeza del revés y el corazón boca abajo.
Es en estos momentos cuando suelo dar rienda a mi yo más puro (o más visceral), así que cuando me faltan los echo de menos, pero cuando están me siento como si una vorágine de emociones asfixiantes amenazase con ahogarme (y a ratos lo lograse). Odio y amo esta dualidad casi tanto como me amo y odio a mí misma.
Pero en el fondo sé que no podría vivir sin apasionarme, por mucho que me maree y confunda, pues al final siempre vuelvo a montar en la montaña rusa. Otra vuelta, por favor, que no sé vivir sin desvivirme un poco más.

9 de mayo de 2013

El esplendor de las rosas (como tú)




Intento estudiar, de verdad que lo intento, pero levanto la vista de los apuntes y solo tengo ojos para la rosa que me regalaste en nuestra última despedida. Soy consciente de que si no llega a ser por la apuesta que hicimos, no me hubieses regalado la rosa. A ti esas cursiladas no te salen espontáneas. Detallismo cero. Lo sé, yo soy igual.
El caso es que cada vez que levanto la vista me parece ver que los pétalos de la rosa están más oscuros y sus hojas más caídas. Cada minuto que pasa, la rosa pierde parte de su dulce aroma. Nunca antes había reparado en la fugacidad del esplendor de las rosas. Dicen que si se las mima y cuida, pueden llegar a aguantar más de una semana. La mía tiene cuatro días y ya va camino de marchitarse. Me encantaría poder preservarla, que mantuviese su estado actual para siempre. Pero el paso del tiempo se hace más patente en su apariencia que en la nuestra.

Me resisto a pensar que el mismo tiempo que marchita la rosa, pueda marchitar nuestra amistad (que es la forma más sana de amarnos). Va a ser duro pasar, como mínimo, otros seis meses sin vernos. Resulta abismal el contraste entre tenerte y perderte. Es un dulce castigo haberte recuperado durante unas semanas para volver a verte desaparecer. Y sin embargo, aunque haya sido por poco tiempo, merece la pena haberte visto resplandecer. En unos días has mejorado mi vida notablemente, contagiándome tu brillo, tu ilusión… tu esplendor de rosa. Ese esplendor que se va a quedar aquí conmigo, aunque tú no estés y la rosa termine muriéndose (intentaré secarla para no perderla).
Voy a esforzarme en preservar tu característica alegría. Prometo que no permitiré que ningún océano de por medio te aparte de mí ni logre que yo deje de ser tu confidente y compañera de travesuras.
Acabo de mirar el reloj y he descubierto que son más de las cuatro de la mañana. Momento de irse a dormir. No me eches de menos, que en unos minutos nos reencontramos en mis sueños.

(Me despido susurrándote al oído… Sweetheart, everything's gonna be alright).

24 de abril de 2010

Solos

Llorar por el vacío causado por un verdadero amigo o por una pequeña traición, no sólo sirve para pasarlo mal, de hecho, es un verdadero guiño apreciado lleno de amistad.
¿Pero, y si el vacío es muy grande? ¿Y si las traiciones se suceden día tras día?
Vivimos como soñamos: solos

17 de noviembre de 2009

Mi artista


Tengo mucha suerte. Además de contar con una estrella cuento con una artista.  Y eso siempre es algo a valorar.
La artista de la que os hablo realizó una espectacular representación teatral el pasado sábado. Una adaptación de una obra de Moliere. Nada fácil.
Sobra decir que la obra fue un éxito y que se agotaron las entradas.  Es un placer poder sentarte en un patio de butacas a disfrutar una buena obra. Y más cuando uno de los actores es una amiga. ¡Qué buen rato pasamos!

Bien, pues además de esta cualidad Ana posee otras muchas entre las que destaca la del don de la palabra. Ella es una de esas personas que sabe manifestar las palabras en todos sus modos magníficamente. Precisamente fue con ella con la que empecé a escribir pequeños relatos, que al fin y al cabo no eran más que una mera excusa para intentar expresarnos nosotras mismas. Y ayudó, aunque no lo creáis, a la introspección personal, esa búsqueda de uno mismo que a ciertas edades es tan importante.

Pero ante todo Ana es una amiga de verdad. De esas que son capaces de observar tu ridículo más grande sin reírte, de esas que te animan cada día e intentan que en tu cara se asome una sonrisa, aunque ni siquiera ella tenga ganas ni fuerzas para sonreír, de esas que, con una mirada saben cómo estás: si has dormido mucho o poco esa noche o si la tarde anterior pasó algo triste.
Cuanto más lo pienso más afortunada me siento.

No, aunque lo parezca, no os estoy vendiendo a Ana. Os vendo el teatro, la escritura y la amistad. Tres placeres que si van unidos. Mejor que mejor.

4 de octubre de 2009

La amistad


Si buscas la palabra amistad en la RAE aparece la siguiente definición:
Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.

A mi opinión es una definición muy acertada, y, por supuesto le añadiría muchos más valores como hace la universal Wikipedia (confianza, sinceridad, empatía, fidelidad, comprensión, empatía...) pero aun así no lograría expresar a la perfección este notable sentimiento.

Y es que cuando hay amigos, amigos de verdad, las cosas se pueden ver de manera distinta. Cuando realmente tienes a alguien en quien confiar, cuando una o varias personas están ahí para tirar de ti y sacarte a la superficie, entonces las penas son menos penas, porque en cierto modo son tristezas compartidas y la carga se vuelve menos pesada. Con esto no quiero decir que el dolor desaparezca, pero es verdad que es muy reconfortante sentirte querido y querer (porque la amistad es recíproca). Entonces, aunque no tengas un buen momento familiar ni amoroso, son los amigos los únicos que quedan y si ya sabías lo valiosos que eran, reafirmas tus sospechas.

Tengo la suerte con contar con un puñado de estupendos amigos (de esos que se cuentan con los dedos de las manos), pero en mi caso sobran las palabras porque los amigos verdaderos no las necesitan para saber lo mucho que se les quiere y lo felices que nos hacen.