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12 de abril de 2018

Primavera

Me oíste llegar porque estaba riéndome a carcajadas mientras subía las escaleras; después me viste, con flores prendidas en el pelo y acarreadas en los brazos...
Tras tu mirada de curiosidad, te expliqué que la primavera me avisaba de su llegada cuando mis alumnos empezaban a recibirme por las mañanas con flores que recogían camino al cole.
Me cogiste de la mano y me llevaste al parque. No paraste hasta que encontraste la flor más bonita de todas. Con la misma carita de ilusión que ponían mis niños, me la ofreciste en un gesto impaciente, más tosca que gentilmente. Y sonreí, porque en aquel momento fui consciente de que la primavera no es la causa de que broten flores en mi vida, sino tú.
(Qué suerte compartir primaveras contigo, aunque sea a miles de flores de distancia -geográfica-)

12 de febrero de 2018

Cálida excursión invernal

De vez en cuando, todos deberíamos volver a pasar una tarde teniendo 13 o 14 años. Hoy mis alumnos de séptimo me han llevado de excursión. Para empezar la aventura, hemos cruzado un estanque congelado al que a veces van a pescar. Luego hemos atravesado el bosque mientras saltábamos sobre la nieve, que nos llegaba más arriba de la rodilla. Subir y bajar colinas ha sido todo un reto (os juro que me sentía como en la pelicula de El Señor de los Anillos, en la ladera de la montaña, luchando contra la nieve y el viento). Tras trabajar un rato las piernas, hemos llegado a un pequeño cementario donde están enterradas antiguas generaciones rekovesas. Como lo estábamos disfrutando tanto, hemos seguido recorriendo el pueblo. Me han ido enseñando y explicando con detalle cada edificio, comentando quíen vive en cada casa, qué es lo que están construyendo al lado de la antigua iglesia, y dónde te dan el título cuando terminas el instituto.
Se nos ha acabado el pueblo y hemos continuado andando unos kilómetros hasta el siguiente. Allí me han enseñado la iglesia ortodoxa y hemos hecho otra ruta entre las casas, descubriendo no sólo dónde vive el alcalde, sino profes y alumnos, y averiguando quién cultiva té y frutos rojos, entre otras y variadas verduras, frutas y horitalizas.
Y antes de emprender el camino de vuelta... he bajado una rampa en trineo, mientras ellos me impulsaban y yo rezaba en mi interior para no acabar de cabeza en el río.

He aprendido tanto con ellos...
Me han mostrado en la nieve las huellas de animales y me han enseñado a reconocer las diferentes especies arbóreas de la zona. Me han contado muchas cosas sobre sus familias, sus intereses, aficiones, costumbres, mascotas...
Y cómo no, me han enseñado letón (otra cosa es que ya se me haya olvidado).
No os hacéis una idea de cómo se han esforzado por encontrar las palabras para expresar lo que querían contarme. Han sido tan pacientes... repitiendo las cosas en un idioma y en otro para hacerme partícipe en todo momento.
De verdad que estoy abrumada ante tanta paciencia, cariño, educación, alegría, ilusión...
Eso es lo más importante que me han enseñado hoy: a mirar el mundo y vivirlo desde la emoción y generosidad, compartiendo parte de nosotros con los demás.
Liels paldies, meitenes un zēni! Los 14.000 pasos que hemos dado esta tarde me han acercado aún más a vosotros y a vuestra cultura (cada vez más "nuestra").

29 de enero de 2018

Madrugada del 29 de enero de 2018

Hay madrugadas en las que los sueños se vuelven reales sin necesidad de cerrar los ojos. Madrugadas de miradas brillantes y corazones que revolotean en el pecho.
Hablo de las madrugadas por las que merece la pena cualquier pesadilla. Esas madrugadas plenas que desbordan vida y emociones. Madrugadas para grabar a fuego en la memoria. Madrugadas catárticas.
(Gracias a la vida por seguir sorprendiéndome y regalándome madrugadas únicas e inigualables.)
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06:41 am, 29 de enero de 2018. Rekova, Letonia.

14 de marzo de 2017

Demasiada felicidad

Desde el primer momento en que leyó el título de aquel libro: “Demasiada felicidad” se sintió identificada.

Podría decirse que lo tenía todo: el marido entregado, la casa recién estrenada a la que llamaba hogar, el trabajo de sus sueños… Era tan dichosa, tan implacablemente feliz… Moría de felicidad a cada segundo. Y no hablo de esa felicidad calmada, ni de esa paz interior. No. No se trataba de sosiego ni de alegría contenida. Todo era intensidad vital. Se derretía de amor y de vida con cada palabra, cada gesto, cada acción y decisión. En sus ojos latía la eternidad. No hay palabras para describir la emoción y el vértigo constante. Imposible explicar ese compromiso absoluto para con la vida y sus designios. Se volcaba en cada instante, dándose por completo, abriéndose en canal, entregándose como si le fuese la vida en cada situación. Exprimía cada momento y se bebía el jugo resultante. Después lamía el vaso, rebañando con la lengua y degustando toda esencia restante. Paladeaba la vida como solo algunas personas saben: saboreando hasta los trozos más amargos. Ella misma rebosaba exaltación y éxtasis por todos los poros de su ingrávido cuerpo.
La dopamina en su sistema nervioso era anormalmente elevada. Se había convertido en una adicta a la felicidad. Era su droga particular.

Al principio luchó, se resistió, gritó, lloró, se desesperó… Pero cuando todo sucedió, cuando el castillo de naipes se desmoronó y ella se dio cuenta de la gravedad e irreversibilidad de la situación, no se defendió; apagó la luz y se encogió sobre sí misma, agarrándose los pies y emitiendo un quejido sordo y doloroso. Él le sujetó la cara y mirándola a los ojos le dijo: “Tranquila, saldrás de esta, estoy contigo”. Después se fue para no volver.
Los dos siguientes meses fueron un infierno hecho realidad. Adelgazó diez kilos y se cortó el pelo. Se echó mechas rubias y se despertó (los días que se despertó) mirándose al espejo y esperando encontrarse con otra yo diferente. Una yo que no hubiese sido tan feliz.

Demasiada felicidad había sido demasiada.

21 de febrero de 2017

Bailemos de felicidad

Todo infierno pasa y toda paz llega... cuando menos te lo esperas. De repente un día te descubres bailando en mitad del andén mientras escuchas música y esperas a que llegue el tren. Y al fin te reconoces en ese gesto tan alegre, despreocupado y banal... tan... tuyo.
Si algo he aprendido es que, suceda lo que suceda, siempre se puede volver a bailar de felicidad.

11 de junio de 2015

Nostalgia que fue felicidad

Para quien no lo sepa, Facebook  tiene ahora una nueva opción consistente en "memories to look back on today", rememorando eventos, imágenes, comentarios... de años pasados. No es extraño que esta revisión de recuerdos nos provoque nostalgia.
El otro día, casualmente, estuve hablando sobre la nostalgia con una persona que acababa de conocer pero que parecía conocerme de toda la vida, y compartió conmigo una frase de Tamaro que yo ya había olvidado: "No comprende que, para ponerse en camino, es necesario tener nostalgia de algo."
La nostalgia indica que hemos vivido y disfrutado, significa que hay algo que se echa de menos porque una vez hubo algo lo suficientemente bueno como para ocupar un espacio.
Tal y como el gran Sabina canta: "No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió". Esa es la única nostalgia que hay que evitar, la de lo no vivido. La otra, la de lo vivido, ha de perdurar, pues procede de los momentos felices.
Habrá quien no lo entienda, pero yo quiero (e intento) vivir cada instante de tal manera que su recuerdo me produzca nostalgia.

31 de diciembre de 2014

"Más ojos que días tiene el año"

Pues ya estamos a 31 de diciembre. Tal día como hoy, mi abuelo habría soltado su manida broma: "Esta mañana he visto en la plaza un hombre con más ojos que días tiene el (este) año". Es una tontería, pero tras años escuchándola, ya no puedo pasar una nochevieja sin pensar en esa frase. El subconsicente siempre nos acerca a nuestras costumbres...
Podría decir muchas cosas, pero las palabras no alcanzan para explicar algunas emociones. Cuando se trata de asuntos vitales... no hago balances (eso se lo dejo a los economistas). Mi única certeza es que merece la pena. No se trata de sobrevivir a un año, sino vivir intensamente cada día. Y lo sé, sé que la vida puede ser maravillosa pero también muy puta. Habrá a quien le haya ido mejor últimamente y a quien le haya ido peor y esté hasta las narices de leer reflexiones de nochevieja, así que seré breve: nada termina esta noche, nada excepto un convencionalismo denominado "año" (que no es otra cosa que 365 días); todo lo demás sigue. Mañana tan "sólo" emepezará un nuevo día, y como siempre, una nueva lucha con sus nuevas oportunidades.
Gracias a quien corresponde por hacerme vivir el amor y el hogar, gracias a quien corresponde también, por hacerme vivir la amistad, y gracias a los demás por formar, o haber formado, parte de mis días. Deseo que tengáis (y compartáis) muchos momentos de paz y felicidad.

12 de noviembre de 2014

Equipaje intangible

Siempre me pasa, los viajes me transportan a un estado metafísico antes incluso de que haya comenzado el trayecto.
Todo empieza con la maleta. Todo empieza con un "¿qué me llevo?" y un "¿qué necesito?", sucedidos por una pereza mental que me lleva a maldecir lo coñazo que son las cosas materiales y a desear no necesitar nada. Me sobra todo menos el alma. Y es que hay días en los que no entiendo por qué hay que vestirse, calzarse, usar acondicionador o crema (¿por qué tenemos un cuerpo del que cuidar?).
A veces me resulta tan irrelevante lo tangible que me aburre. Es más, creo que cuando se trata de viajar, el equipaje debería ser etéreo, estar formado única y exclusivamente por nuestros mundos intangibles e inteligibles.
En fin, todo esto para decir que odio hacer maletas y que ojalá pudiésemos llenarlas de personas en vez de objetos. En serio, son mucho más necesarias y nos hacen más felices.

6 de febrero de 2014

Compartir la crónica de nuestra felicidad

Dejamos por escrito las tristezas, pero en cambio enterramos las palabras más bonitas y la crónica de nuestra felicidad.
Usamos la escritura como terapia, catarsis, reflexión, evasión… como salvación. A menudo, cuando las pequeñas tragedias cotidianas nos acechan, los grandes dramas nos alcanzan, o el inexplicable desánimo nos inunda, recurrimos al lápiz y el papel, a las notas de texto del móvil, o al teclado de un ordenador intentando encontrar palabras que desahoguen y profundicen en nuestras aparentemente impenetrables vidas, palabras que encuentren un sentido a la tristeza.
Basta con echar un vistazo a la literatura universal para descubrir una cantidad ingente de novelas, ensayos, poemarios… llenos de páginas y páginas de pasajes melancólicos, trágicos, dramáticos, violentos, dolorosos, desesperanzadores, duros, depresivos… mortales. (Sublimes la mayoría de ellos.)
En tristezas está ya todo escrito, es difícil innovar.
Pero sobre la felicidad, el éxtasis emocional, el llanto de alegría… faltan páginas y, lo más importante, descubrimientos, análisis, disertaciones. Puede ser debido a que se trata de un término y una vivencia más ambigua, menos clara.
Seguramente Tolstoi tenía razón y la felicidad se vive de manera similar en todos los casos, mientras que las desgracias nunca se sienten de la misma manera, pues están llenas de matices.
Probablemente también existan diversos paradigmas de felicidad, en función de unas características u otras, pero por el momento no somos capaces de clasificar la felicidad en diferentes tipos; la idealizamos de tal manera que terminamos por considerarla un todo, un nivel elevado en el que el acceso es restringido y no hay puntos intermedios, en el que la gente ríe, calla y disfruta.
Al final todo se reduce a lo siguiente: es más fácil vivir la felicidad que contarla; no sucede lo mismo con la tristeza.
Sin embargo, la felicidad también merece ser relatada y los momentos bellos ser registrados en el tiempo. Nos centramos tanto en vivirlos que a veces olvidamos que escribiéndolos se hacen más nuestros.
Es por ello que en esta efímera madrugada siento la necesidad de dejar constancia de que he vivido intensos instantes que me han dejado sin aliento, la necesidad de narrar que he conocido la felicidad rodeada de personas que merecen la pena, que el amor, la amistad y la salud me han proporcionado una alegría sostenida, y que los pequeños placeres me han elevado a lo más alto: una boca que acaricia una espalda, una sonrisa desconocida que dura más tiempo del que se considera apropiado, un día soleado tras muchos días nubosos, el revoloteo de una melena sometida al implacable viento, una canción que cobija recuerdos, un susurro al oído, una mano anónima que ofrece su ayuda desinteresada, una ráfaga de aire frio que golpea una cara y despeja una mente, una mirada brillante de ilusión, un momento familiar, una lectura favorita acompañada de un vaso de leche caliente entre las manos, un momento de complicidad con un ser querido (o incluso desconocido), un tranquilo rincón en el que descansar, una partitura con tu instrumento musical, un baile en compañía, una independencia en soledad…
Por qué ocultar la existencia de esas veces en las que la emoción no te cabe en el pecho y te sientes tan feliz que no te importaría evaporarte, convertirte en átomo que se quede colgado de ese instante; las veces en las que la felicidad hace palpitar al corazón el doble de rápido, en las que pierdes la cabeza a causa del éxtasis momentáneo, en las que te deslumbra la felicidad que desprenden tus impulsos, en las que suceden cosas buenas inesperadamente (como casi todo lo bueno, que llega sin avisar).
Las palabras evitan que desaparezca el día en el que te ves creyendo en ti misma y quieres comerte el mundo, el día en el que has roto con los lastres y miedos y te sientes tan autónoma y libre que te crecen alas con las que echar a volar, el día en que cumples un sueño largamente esperado o superas algún obstáculo, el día en que descubres que, efectivamente, el precio que has pagado merece la pena con creces.
Imposible negar las ráfagas de repentina pasión por la vida, las euforias compartidas, los ataques de risa, la emoción al ver a niños pletóricos que echan a correr, la sensación de un trabajo bien hecho, la autorrealización, los escalofríos de placer… el grito de emoción bajo la lluvia que exclama: ¡soy feliz!
No, no tiene sentido callar lo más hermoso; deberíamos compartirlo.

5 de agosto de 2013

Cuando menos te lo esperas (summer days)

Comienza la semana número 12 de mi verano universitario. Comienza también mi semana número 12 trabajando en Inglaterra sin parar. Entre trabajo y trabajo, entre viernes y lunes, o entre la cena y el crepúsculo, estoy teniendo tiempo para conocer gente y lugares maravillosos.
Es verano, pero aquí hay días que no lo parece. Nunca sabes si mañana será un día soleado y cálido o uno húmedo y gris. Nunca sabes con certeza qué nueva ciudad visitarás el fin de semana ni qué gente conocerás esta noche en el centro. No sabes cuantas personas os reuniréis para jugar el partido de baloncesto de los viernes, ni al lado de quién te sentarás en el próximo viaje en tren.
Es fascinante no saber, porque cuando menos te lo esperas, aparece. Aparece un día cálido. Aparece el rincón perfecto en el que sentarse a descansar a la orilla del río. Aparecen maravillosos compañeros de viaje e incluso 5 o 6 amigos de verdad. Aparece un viajero del tren con el que entablas una conversación de dos horas. Apareces en un pub tomando cerveza con decenas de personas que hacía unos días no conocías. Aparece un arco iris doble en mitad de un parque mientras juegas al baloncesto bajo la lluvia.
Cuando menos te lo esperas, aparece. Aparece el día en el que te das cuenta de que estás (física y emocionalmente) justo donde quieres estar.

PD. Feliz verano. (I still believe in summer days, even when it is raining).

9 de abril de 2010

La felicidad

"Cuando somos felices no nos damos cuenta, eso también es injusto. Deberíamos vivir la felicidad intensamente y tendríamos que poderla guardar para que en los momentos en que nos haga falta pudiéramos coger un poco, del mismo modo que guardamos cereales en la despensa o recambios de papel higiénico por si se acaba, ¿entiendes?"
Ahora, que estaba a punto de encontrar el equilibrio, que parecía que había dejado de dar bandazos, que sólo tenía que estirar un poco más el brazo para conseguir ser feliz, ahora, vuelven las pesadillas, los temores y las depresiones...
Sé que hay personas que viven el momento, pero yo vivo con un retraso de horas o, incluso, años. Y cuando reconozco esto, la frustración hace que quiera golpearme la cabeza para experimentar alguna cosa y sentirla simultáneamente, al menos una vez en la vida.