Todo infierno pasa y toda paz llega... cuando menos te lo esperas. De
repente un día te descubres bailando en mitad del andén mientras
escuchas música y esperas a que llegue el tren. Y al fin te reconoces en
ese gesto tan alegre, despreocupado y banal... tan... tuyo.
Si algo he aprendido es que, suceda lo que suceda, siempre se puede volver a bailar de felicidad.
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