14 de marzo de 2017

Demasiada felicidad

Desde el primer momento en que leyó el título de aquel libro: “Demasiada felicidad” se sintió identificada.

Podría decirse que lo tenía todo: el marido entregado, la casa recién estrenada a la que llamaba hogar, el trabajo de sus sueños… Era tan dichosa, tan implacablemente feliz… Moría de felicidad a cada segundo. Y no hablo de esa felicidad calmada, ni de esa paz interior. No. No se trataba de sosiego ni de alegría contenida. Todo era intensidad vital. Se derretía de amor y de vida con cada palabra, cada gesto, cada acción y decisión. En sus ojos latía la eternidad. No hay palabras para describir la emoción y el vértigo constante. Imposible explicar ese compromiso absoluto para con la vida y sus designios. Se volcaba en cada instante, dándose por completo, abriéndose en canal, entregándose como si le fuese la vida en cada situación. Exprimía cada momento y se bebía el jugo resultante. Después lamía el vaso, rebañando con la lengua y degustando toda esencia restante. Paladeaba la vida como solo algunas personas saben: saboreando hasta los trozos más amargos. Ella misma rebosaba exaltación y éxtasis por todos los poros de su ingrávido cuerpo.
La dopamina en su sistema nervioso era anormalmente elevada. Se había convertido en una adicta a la felicidad. Era su droga particular.

Al principio luchó, se resistió, gritó, lloró, se desesperó… Pero cuando todo sucedió, cuando el castillo de naipes se desmoronó y ella se dio cuenta de la gravedad e irreversibilidad de la situación, no se defendió; apagó la luz y se encogió sobre sí misma, agarrándose los pies y emitiendo un quejido sordo y doloroso. Él le sujetó la cara y mirándola a los ojos le dijo: “Tranquila, saldrás de esta, estoy contigo”. Después se fue para no volver.
Los dos siguientes meses fueron un infierno hecho realidad. Adelgazó diez kilos y se cortó el pelo. Se echó mechas rubias y se despertó (los días que se despertó) mirándose al espejo y esperando encontrarse con otra yo diferente. Una yo que no hubiese sido tan feliz.

Demasiada felicidad había sido demasiada.

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