31 de diciembre de 2014

"Más ojos que días tiene el año"

Pues ya estamos a 31 de diciembre. Tal día como hoy, mi abuelo habría soltado su manida broma: "Esta mañana he visto en la plaza un hombre con más ojos que días tiene el (este) año". Es una tontería, pero tras años escuchándola, ya no puedo pasar una nochevieja sin pensar en esa frase. El subconsicente siempre nos acerca a nuestras costumbres...
Podría decir muchas cosas, pero las palabras no alcanzan para explicar algunas emociones. Cuando se trata de asuntos vitales... no hago balances (eso se lo dejo a los economistas). Mi única certeza es que merece la pena. No se trata de sobrevivir a un año, sino vivir intensamente cada día. Y lo sé, sé que la vida puede ser maravillosa pero también muy puta. Habrá a quien le haya ido mejor últimamente y a quien le haya ido peor y esté hasta las narices de leer reflexiones de nochevieja, así que seré breve: nada termina esta noche, nada excepto un convencionalismo denominado "año" (que no es otra cosa que 365 días); todo lo demás sigue. Mañana tan "sólo" emepezará un nuevo día, y como siempre, una nueva lucha con sus nuevas oportunidades.
Gracias a quien corresponde por hacerme vivir el amor y el hogar, gracias a quien corresponde también, por hacerme vivir la amistad, y gracias a los demás por formar, o haber formado, parte de mis días. Deseo que tengáis (y compartáis) muchos momentos de paz y felicidad.

23 de noviembre de 2014

Bucear océanos

Todos tenemos nuestros océanos que cruzar, obstáculos que sortear, miedos que superar, y sueños por cumplir. A cada uno nos toca lidiar con los propios, y aunque a veces nos pueda parecer una temeridad enfrentarnos a ellos, he de decir que merece la pena. Merece la pena dejarse la piel en cada intento, arriesgarse a la pérdida, exponerse al fracaso, levantarse tras las caídas, y seguir la lucha, día a día. Y sí, es cierto, para ello hay que reunir una gran cantidad de coraje, pues el recorrido no es fácil, pero nadie dijo que la vida fuese un camino de rosas.
Echémosle valor para vivir como queremos.

12 de noviembre de 2014

Equipaje intangible

Siempre me pasa, los viajes me transportan a un estado metafísico antes incluso de que haya comenzado el trayecto.
Todo empieza con la maleta. Todo empieza con un "¿qué me llevo?" y un "¿qué necesito?", sucedidos por una pereza mental que me lleva a maldecir lo coñazo que son las cosas materiales y a desear no necesitar nada. Me sobra todo menos el alma. Y es que hay días en los que no entiendo por qué hay que vestirse, calzarse, usar acondicionador o crema (¿por qué tenemos un cuerpo del que cuidar?).
A veces me resulta tan irrelevante lo tangible que me aburre. Es más, creo que cuando se trata de viajar, el equipaje debería ser etéreo, estar formado única y exclusivamente por nuestros mundos intangibles e inteligibles.
En fin, todo esto para decir que odio hacer maletas y que ojalá pudiésemos llenarlas de personas en vez de objetos. En serio, son mucho más necesarias y nos hacen más felices.

10 de octubre de 2014

Despedida y bienvenida

En septiembre de 2009 encontré en la Comunidad de la Cadena Ser un hogar en el que di rienda suelta a mis desvaríos. Tristemente, la Comunidad cierra a día de hoy, y aunque mi blog allí lo tenía bastante abandonado, he decidido recopilar y continuar aquellos retazos sueltos.

Hace unos días, leyendo viejas entradas, me di cuenta de que la chavala que empezó a escribir  con 17 años y que se hacía llamar Kaede, era una cría asustadiza; una adolescente inmadura, quizás demasiado inocente... A lo largo de estos años he cambiado, crecido, madurado... he sufrido un proceso transformador que se puede ver en mis Retazos Sueltos. Por eso siento la necesidad de dejar registro, constancia, de todo ello: de lo vivido, de lo sentido, de lo que he sido.

No puedo evitar sentir cierta tristeza irracional tras tener que abandonar esas páginas virtuales en las que a lo largo de 5 años he dejado una parte de mí. Allí podía expresarme con libertad, ser yo misma... En la Comunidad estaba cómoda, pues era casa, hogar... Y eso fue posible gracias a todos los blogueros que procuraban siempre un clima cálido y atento. Nunca encontraré la manera de agradecerles sus comentarios amables, sus palabras de aliento, su tiempo leyéndome, su ayuda desinteresada... Y por supuesto, echaré de menos leerles, aprender de y con ellos. Fue un verdadero placer coincidir y compartir.

Ahora retomo el mundo del blog. Continúo aquí, en esta nueva casa, deseosa de seguir compartiendo retazos de cualquier cosa.

14 de agosto de 2014

Avidez de verano (fugaz)



Con una delicadeza aparentemente impropia en él, extendió el brazo a lo largo de la ancha cama y deslizó las yemas de sus dedos corazón y anular sobre mi hombro descubierto, trazando un círculo sobre mi piel morena y ardiente. Apenas un roce y retiró la mano.
Nuestras miradas incendiadas se cruzaron durante una milésima de segundo y enseguida huyeron la una de la otra. No se trataba de mimos o caricias, tampoco de una pasión desenfrenada; eran ganas de formar parte del otro, ganas de sumergirse, ganas de ahogarse en la otra persona, pero también era miedo; miedo a formar parte del otro, miedo a sumergirse, miedo a ahogarse en la otra persona...
La fascinación y el deseo se mezclaban con el vértigo y el pánico, creando una combinación explosiva que me dejaba sin aliento.
Sacudí la cabeza con cierta brusquedad, como intentando espantar cualquier resto de los molestos pensamientos racionales, de las cargantes reflexiones emotivas (siempre tan manidas y cursis), de la amarga preocupación y del oscuro miedo...
Lentamente, renuentemente, me levanté de la cama y con pasos desnudos y sigilosos salí de la habitación dejando tras de mí la puerta entornada (no me atreví a cerrarla del todo, quizás por no despertarle) y la certeza de que ambos nos moríamos por querer al otro, pero ninguno de los dos deseábamos cargar con el peso y la responsabilidad de ser queridos.
Y sin embargo, qué más daba. Qué importaba nada si en ese momento, en ese preciso instante, teníamos los corazones pletóricos y acompasados, los cuerpos brillantes, las mentes lúcidas y febriles, en simbiosis, el alma vibrando al unísono... si nos sentíamos vivos y dementes.
La luz del sol lo bañaba todo a su alrededor, y su claridad nos calaba hondo.
Ningún verano debería tener fin.

15 de julio de 2014

Vivir sin desvivirse no es vivir

Me pasa con cierta gente, de repente conozco a alguien, o me fijo en alguien que antes no había "visto", y que ahora me deslumbra. No sucede a menudo, porque derribar mis barreras no es nada fácil, pero de repente alguien (un familiar/un amigo/un desconocido) entra y no hay manera de hacerle salir. Me vuelvo loca e irremediablemente apasionada. El resto de personas que me rodean (y a las que quiero) pasan a un segundo plano. El mundo se para y yo sólo quiero adentrarme más y más en ese alguien, quiero formar parte de él. Me vuelco, derramo todo mi ser, hasta quedarme seca y consumir todas las emociones.
Cuando la fiebre pasa, deja en su lugar mucho cariño y una ternura considerable. Me gusta conservar a esas personas (de una manera u otra) en mi vida, conocerlas con calma, con equilibrio, reforzar la amistad... Ser serena y estable.
Y cuando parece que todo marcha bien, que tengo las relaciones personales bajo control, vuelve. Vuelve la sed de otra persona y ese periodo de "enamoramiento" que es como una droga, una puta locura que me vuelve la cabeza del revés y el corazón boca abajo.
Es en estos momentos cuando suelo dar rienda a mi yo más puro (o más visceral), así que cuando me faltan los echo de menos, pero cuando están me siento como si una vorágine de emociones asfixiantes amenazase con ahogarme (y a ratos lo lograse). Odio y amo esta dualidad casi tanto como me amo y odio a mí misma.
Pero en el fondo sé que no podría vivir sin apasionarme, por mucho que me maree y confunda, pues al final siempre vuelvo a montar en la montaña rusa. Otra vuelta, por favor, que no sé vivir sin desvivirme un poco más.

25 de junio de 2014

Ana María Matute

La muerte de Ana María Matute me ha dejado tan tocada como cuando, a los 6 años, escuché en la radio que acababa de morir Gloria Fuertes, y me pasé la noche llorando. Y eso que de Gloria, por aquel entonces, sólo conocía sus Versos Fritos, algunos cuentos (El hada acaramelada, Las tres reinas magas...) y adivinanzas. Pero Gloria me había descubierto un mundo nuevo en el que yo me había adentrado de su mano, una mano que ni siquiera conocía, pues de Gloria sólo había visto el rostro desafiante que aparecía en las contraportadas de sus libros infantiles. Sin embargo, Gloria no era una desconocida, mi forma de ser ya incluía sumergirme en su mundo y bucear en sus palabras, ¿cómo no iba a sentirme más vacía con su muerte?
Lo mismo sucede ahora con Matute, con la diferencia de que llevo casi toda mi vida leyéndola. Me reconozco en sus cuentos, en sus novelas, en sus palabras...
Su discurso de ingreso en la RAE está impreso y guardado en el segundo cajón de mi mesa, alguna de sus frases más inspiradoras están escritas en la libreta que guardo en el primer cajón, sus novelas, en el tercer estante, la mayoría de sus relatos, en la carpeta del club de lectura, y unos pocos, con los que más me identifico, en el espacio que hay en la cabecera de mi cama.
Ana María Matute está en mi aprendizaje literario y vital y en mi práctica docente, en los cuentos que he leído con los alumnos de este curso y del anterior, en los niños de 5º y 3º de Primaria a los que he dado Lengua. Las palabras e ideas de Matute están en mi TFG y en mi memoria de Prácticas...
Sus lúcidas invenciones ("el que no inventa, no vive"), sus reflexiones ("a veces la infancia es más larga que la vida...persiste más"), su manera de ver la vida ("La Literatura ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas"), su aprecio por el niño interior (ese que todos fuimos y que ella ha mantenido hasta el final)... revolotean dentro, muy dentro de mí. Tan dentro que forman parte de quién soy.

1 de junio de 2014

Mientras Duró (fragmento)

Vuelve Luis, ahora, a mi mente. Vuelve la nostalgia de él. Nuestro encuentro me ha afectado más de lo que imaginé. Sólo le retengo un momento, cuando, desnudo entre mis brazos, se abandonaba a mi cuerpo. Le retengo un poco más, en esos besos que posaba sobre mis párpados, en esa mirada interrogante que me causaba tanto placer y tanto dolor, diciendo en silencio: "¿qué buscas?, ¿qué miras?"
Le echo de menos, y no se me había pasado por la cabeza que ahora lo fuese a necesitar. Estoy tan acostumbrada a prescindir de él…

27 de mayo de 2014

Vértigo

Y vuelve, sin avisar, el martilleo en el corazón que anticipa el vértigo y su posterior vacío. Apenas dura unos segundos, pero son suficientes para que reconozcas la sensación que se viene repitiendo en las últimas semanas. Ese anhelo inexplicable, esa necesidad de nada (lo tienes todo y a todos). Entonces, ¿qué es? ¿qué te falta?
Buscas, pero no encuentras una respuesta lógica. La coherencia dice que todo va bien, y sin embargo te sientes incompleta.
De pronto, lo ves. Te ves a ti misma, extranjera y extraña, en otra tierra y otro tiempo (que en realidad no son tan lejanos). Con la melena al viento, saltando sobre un trampolín mientras los aspersores del jardín llueven sobre (y para) ti. Tienes la despreocupación dibujada en el rostro y las manos preparadas para la siguiente voltereta en el aire. En definitiva, te sobran las ganas de echar a volar y la confianza en poder hacerlo. Te ves. (Ojalá te reconocieses).

16 de abril de 2014

Viajar

Hay 27ºC en la calle. Llego a casa con el cansancio y la sonrisa propios de los días de verano en los que no has hecho más que tumbarte al sol. Pero hoy es diferente, porque no es verano y porque dentro de dos horas salgo de viaje. Debería hacer la maleta, es más, debería estar hecha desde el lunes, pero mi procrastinación es cada día mayor, así que intento ponerme en situación, enciendo el ordenador (necesito escuchar música motivadora) y abro la lista de reproducción que llevo escuchando irrepetida e inagotablemente durante las dos últimas semanas. Pero una vez el ordenador está encendido cualquier excusa es suficiente para desviarme de las obligaciones, así que termino aquí, contando que mi odio por hacer maletas es directamente proporcional a la felicidad que me producen los viajes.

Con I de...

A veces necesito imaginar que no todo a mi alrededor es incontrolable e indómito (aunque lo sea), así que me agarro a la vida e intento desentrañarla entre música y palabras.

Inabarcable
Como alcanzar el cielo con los brazos.
Como los grandes gestos y los pequeños momentos.
Como su sonrisa conteniendo la belleza de dos mundos.
Como los precipicios que se saltan con los ojos abiertos y los puños cerrados.
Como la nostalgia de una vida soñada.
Como el mar cuando ahoga sus penas.
Como la incertidumbre de la incógnita.
Como los fuegos fatuos intrínsecos.

Imposible
Como un corazón vacío.
Como un artista sin alma.
Como entregarse sin exponerse al sufrimiento.
Como intentar colorear la vida sin música.
Como negarse a amar.
Como los incendios ignífugos.
Como un futuro eterno.
Como llorar con los ojos cerrados.

Inexorable
Como la salud fugándose por el resquicio de la puerta.
Como la huida de uno mismo.
Como el abrazo de después.
Como el dolor cuando, medio muerto, entierras a los vivos.
Como el desgarro de la indiferencia ajena.
Como el cariño de un abuelo hacia sus nietos.
Como el paso del tiempo.
Como el desgaste que producen las distancias.

Irracional
Como los incendios provocados para repoblar.
Como una herida que no se deja cicatrizar.
Como las ganas de huir cuando más a gusto se está.
Como la soledad a pesar de estar rodeado de gente.
Como llorar de felicidad.
Como las grandes palabras: nunca, siempre, nadie…
Como la fascinación por las puestas de sol.
Como echarle la culpa de los excesos a la luna llena.

Irreverente
Como cerrar el paraguas para mojarse bajo la lluvia.
Como sonreír ante las tinieblas con la intención de deslumbrarlas.
Como la lluvia cuando por fuera golpea el cristal, pero cala por dentro.
Como retar a los charcos saltándolos con manoletinas.
Como las miradas desafiantes que provocan incendios.
Como hacer equilibrios sobre una cuerda que se acaba de destensar.
Como reírse a carcajadas en los lugares y momentos menos oportunos.
Como alzar el mentón ante los reproches y encogerse de hombros ante las exigencias.

Impetuosa
Como las noches de sexo, poesía y mordiscos.
Como las palmas de unas manos extendidas, diciendo: “ven”.
Como el miedo pugnando por salir de su coraza.
Como el amor en estado puro.
Como gritar de alegría.
Como bailar a oscuras y con el pelo suelto.
Como dejarse llevar.
Como besar hasta que se agrieten los labios.

26 de marzo de 2014

Mañanas de domingo

Algunos domingos por la mañana, cuando no tengo prisa y cierro los ojos más de la cuenta, los fantasmas hacen de mi casa la suya.
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—Buenos días, solete. —Mi abuelo irrumpe en la habitación y sube la persiana con brío. Con paso torcido pero firme, se acerca a la cama, me destapa y me hace cosquillas en los pies—. Venga, dormilona, levántate, que Agustina ha preparado chocolate caliente.
Mi risa se torna histérica y sacudo tan fuerte las piernas que temo darle una patada por accidente. Intento alejarme de esas manos de piel tornasolada y áspera que, implacables, torturan las plantas de mis pies. Desde la cocina, junto al olor a chocolate, llegan las voces de mi abuela. —Simón, deja tranquilos a los niños. Mira que te gusta hacerles de rabiar...
Suplico clemencia a mi abuelo y me recuesto dando la espalda a la luz que entra por la ventana, mirando a la pared. —Abuelo, que aquí se está muy bien, déjame un ratito más, anda.
—Bueno, pero toma, tesoro, toma —dice mientras abre una bolsa de Werther's. Le miro con cierta diversión, pues son muchos años los que el abuelo lleva regalando caramelos de café a escondidas y no me ha quedado más remedio que acostumbrarme a su sabor. Esta vez coloca dos caramelos sobre la almohada. Se trata de un ritual con aires de secretismo que hace que la habitación rebose complicidad.

Cuando me quiero dar cuenta ya estoy oyendo los pasos de mi abuelo, cansados y decididos, abandonar la habitación. Es entonces cuando pienso en lo afortunada que soy al contar con este abuelo tan parco en palabras y tan rico en entrega y nobleza de corazón. Me siento orgullosa de haber heredado su terquedad y espíritu de lucha, contenta de ser arisca y fuerte, como él.

Disfruto de saberme tranquila, relajada, a salvo, con todo el día por delante: un desayuno con chocolate, un rato jugando a las cartas en la terraza acristalada, unas aceitunas verdes de aperitivo o, con suerte, unas nueces que el abuelo partirá, un bullicio de gente que entra por la puerta y saluda dando besos que vienen acompañados de frío burgalés, un televisor encendido ante el que algunos se congregan y piden silencio, unas cuantas manos poniendo la mesa (larguísima), unos adultos diciendo al resto que la comida está lista, una sobremesa en familia (bien en la terraza grande, bien en el salón, con el sofá como protagonista estrella), y por último, un paseo al centro de la ciudad (al abrigo del gélido viento).

Desde la cama, todavía perezosa, pienso en el día que se asoma y que se consume demasiado rápido, y antes de que la alegría, la desidia o el cansancio puedan hacer de las suyas, se instala la calma (solo aquí puede llenarme tanto) y surge la certeza de que esto tiene un nombre: hogar.
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Pero los fantasmas se evaporan tan inesperadamente como llegan, y se llevan con ellos esa casa que está a 240 km y en cuyas literas no me acabo de despertar. No queda el olor a chocolate caliente, no aparecen caramelos de café en los bolsillos… ni rastro de aquellas mañanas de domingo que se antojan cada vez más ficticias.
Las cosquillas ya no producen risa porque sólo son imaginarias, las reales hace tiempo que desaparecieron.

2 de marzo de 2014

Clara Campoamor

El nivel de compromiso, entrega y lucha de Clara Campoamor es envidiable. Fue una señora diputada de los pies a la cabeza (ya nos gustaría ahora tener más políticos así). Se dejó la piel y el alma reivindicando los derechos de la mujer, aunque pudiesen llegar a resultar perjudiciales para "su" partido. No le importó arriesgar votos y hasta su propio escaño (que perdió tras las elecciones de 1933) con tal de hacer justicia y lograr igualdad. Tuvo que hacer frente a un ataque encarnizado (plagado de traiciones, engaños y abandonos) por parte de todos los detractores del voto femenino, pero gracias a su lucha y conquista, en 1977, en las primeras elecciones democráticas, nadie se planteó que las mujeres no pudiesen votar.
Es muy recomendable (además de emotiva) la película que se hizo sobre su lucha por el sufragio universal:
http://www.rtve.es/…/clara-campoamor-mujer-olvidada/1041185/
"República, república siempre, la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos"
Clara Campoamor

6 de febrero de 2014

Compartir la crónica de nuestra felicidad

Dejamos por escrito las tristezas, pero en cambio enterramos las palabras más bonitas y la crónica de nuestra felicidad.
Usamos la escritura como terapia, catarsis, reflexión, evasión… como salvación. A menudo, cuando las pequeñas tragedias cotidianas nos acechan, los grandes dramas nos alcanzan, o el inexplicable desánimo nos inunda, recurrimos al lápiz y el papel, a las notas de texto del móvil, o al teclado de un ordenador intentando encontrar palabras que desahoguen y profundicen en nuestras aparentemente impenetrables vidas, palabras que encuentren un sentido a la tristeza.
Basta con echar un vistazo a la literatura universal para descubrir una cantidad ingente de novelas, ensayos, poemarios… llenos de páginas y páginas de pasajes melancólicos, trágicos, dramáticos, violentos, dolorosos, desesperanzadores, duros, depresivos… mortales. (Sublimes la mayoría de ellos.)
En tristezas está ya todo escrito, es difícil innovar.
Pero sobre la felicidad, el éxtasis emocional, el llanto de alegría… faltan páginas y, lo más importante, descubrimientos, análisis, disertaciones. Puede ser debido a que se trata de un término y una vivencia más ambigua, menos clara.
Seguramente Tolstoi tenía razón y la felicidad se vive de manera similar en todos los casos, mientras que las desgracias nunca se sienten de la misma manera, pues están llenas de matices.
Probablemente también existan diversos paradigmas de felicidad, en función de unas características u otras, pero por el momento no somos capaces de clasificar la felicidad en diferentes tipos; la idealizamos de tal manera que terminamos por considerarla un todo, un nivel elevado en el que el acceso es restringido y no hay puntos intermedios, en el que la gente ríe, calla y disfruta.
Al final todo se reduce a lo siguiente: es más fácil vivir la felicidad que contarla; no sucede lo mismo con la tristeza.
Sin embargo, la felicidad también merece ser relatada y los momentos bellos ser registrados en el tiempo. Nos centramos tanto en vivirlos que a veces olvidamos que escribiéndolos se hacen más nuestros.
Es por ello que en esta efímera madrugada siento la necesidad de dejar constancia de que he vivido intensos instantes que me han dejado sin aliento, la necesidad de narrar que he conocido la felicidad rodeada de personas que merecen la pena, que el amor, la amistad y la salud me han proporcionado una alegría sostenida, y que los pequeños placeres me han elevado a lo más alto: una boca que acaricia una espalda, una sonrisa desconocida que dura más tiempo del que se considera apropiado, un día soleado tras muchos días nubosos, el revoloteo de una melena sometida al implacable viento, una canción que cobija recuerdos, un susurro al oído, una mano anónima que ofrece su ayuda desinteresada, una ráfaga de aire frio que golpea una cara y despeja una mente, una mirada brillante de ilusión, un momento familiar, una lectura favorita acompañada de un vaso de leche caliente entre las manos, un momento de complicidad con un ser querido (o incluso desconocido), un tranquilo rincón en el que descansar, una partitura con tu instrumento musical, un baile en compañía, una independencia en soledad…
Por qué ocultar la existencia de esas veces en las que la emoción no te cabe en el pecho y te sientes tan feliz que no te importaría evaporarte, convertirte en átomo que se quede colgado de ese instante; las veces en las que la felicidad hace palpitar al corazón el doble de rápido, en las que pierdes la cabeza a causa del éxtasis momentáneo, en las que te deslumbra la felicidad que desprenden tus impulsos, en las que suceden cosas buenas inesperadamente (como casi todo lo bueno, que llega sin avisar).
Las palabras evitan que desaparezca el día en el que te ves creyendo en ti misma y quieres comerte el mundo, el día en el que has roto con los lastres y miedos y te sientes tan autónoma y libre que te crecen alas con las que echar a volar, el día en que cumples un sueño largamente esperado o superas algún obstáculo, el día en que descubres que, efectivamente, el precio que has pagado merece la pena con creces.
Imposible negar las ráfagas de repentina pasión por la vida, las euforias compartidas, los ataques de risa, la emoción al ver a niños pletóricos que echan a correr, la sensación de un trabajo bien hecho, la autorrealización, los escalofríos de placer… el grito de emoción bajo la lluvia que exclama: ¡soy feliz!
No, no tiene sentido callar lo más hermoso; deberíamos compartirlo.

4 de febrero de 2014

Lecciones aprehendidas (que no aprendidas)


1. No preguntes lo que no quieras saber.
2. Tampoco hagas preguntas para cuyas posibles respuestas no estés preparado.
3. La ingnorancia puede ser una ventaja (y un peso menos).
4. La incertidumbre es peor que la ignorancia. En ese caso pregunta, aunque duela.
5. La verdad nos hace libres (sí, “the truth will set you free”), pero puede ser un mazazo.