22 de octubre de 2009

Las palabras perdidas


Pedro observa a Cristina. ¡Qué guapa! El sufrimiento ha ensalzado sus hermosos rasgos. Tiene la cara demacrada pero sus ojos siguen siendo igual de verdes. Esmeralda. Indescriptibles. Inaccesibles. Irresistibles...

Sí, definitivamente es en los ojos y en la extrema delgadez de Cristina donde mejor puede apreciar que esa mujer que tiene enfrente lo ha pasado realmente mal.
Lo más probable es que un desconocido, si se detuviese a mirarla, no pudiese percibir la tristeza que emana de su ser. Claro, que esa persona no habría conocido la época de esplendor de Cristina. Cuando sus ojos brillaban e irradiaban ese resplandor propio de los niños que despiertan cada mañana con ilusión por saber qué les deparará el destino. Pedro pudo apreciar ese brillo inocente en la mirada de ella, y la verdad sea dicha, lo echa en falta.
A pesar de ello Cristina sigue causando en él un encanto parecido al que experimenta al mirar fijamente la luna llena. Quizás el hechizo no se encuentre en la mirada misma sino en el aire de melancolía que la acompaña a todas partes y enfatiza su madurez.

Pedro se muere, literalmente, por ser capaz de decirla que la sigue encontrando hermosa. Hermosa y distante. Porque ya no puede sentirla.

Estima. Medio metro, como mucho uno. Esa es la distancia que los separa, y sin embargo él la nota tan lejana, tan ausente... No parece la amiga de antes.
Pedro es incapaz de explicarse esa falta de interés por parte de ella. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Dos años? ¿Tres? Y ella no ha demostrado el mínimo ápice de alegría al verle. Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de que no se alegre. Pero entonces... ¿Por qué le llamó tan repentinamente para quedar?

Está confuso. Tiene tantas preguntas para ella... También le encantaría expresar su sincera amistad. Ponerle nombre a los sentimientos que guarda en su interior.

Un murmullo se desliza entre sus labios. No es capaz de continuar. Cierra la boca y la palabra muere a medio camino.

No tiene fuerzas para seguir con la farsa. Y precisamente no es valentía lo que le falta. Su problema viene de lejos. Hace meses que ha perdido el don de la palabra. Una estupidez pensar que lo encontraría para Cristina. Prefiere callarse. El silencio es un buen aliado. Mucho mejor que unas palabras vacías.

No. No quiere estropear el momento con vocablos huecos. Al menos, si están perdidos hay una remota posibilidad de encontrarlos...

Mientras tanto...

Pedro observa a Cristina. ¡Qué guapa! El sufrimiento ha ensalzado sus hermosos rasgos...

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