16 de octubre de 2009

A la deriva



Ese tipo de cosas no deberían sucederle, pensó. Deberían sucederles a personas a las que se les diese mejor eso de ser una persona.
Las sensaciones de pérdida de aquella época eran muchas: la muerte de dos seres queridos, la enfermedad de su tía, la de su padre y hasta la suya propia, la angustia de su abuelo, la rigidez severa de su madre, la agonía de él y la de ella…
Todas aquellas cosas la azotaron a la vez, como si de vientos malignos se tratara.
De modo que el tiempo anterior estaba cargado de tristeza de lo inexorable y el tiempo posterior llevaba la carga de la desolación de cuando se desean las cosas que nunca se podrán obtener.
Recordó ciertas cosas que él la había dicho. “Nada puede acabarse si te sigo queriendo”.
Podría haber aceptado tarde o temprano que él ya no la quisiera. Lo extraordinario era que sí la quería (muchas veces más de lo que ella se quería a sí misma.) La forma en que la quería estaba preservada en el tiempo, no podía profanarse. Y ella la cuidaba con esmero. Como si fuese una pieza de museo.
Ella se aferraba al hecho de que era digna de ser amada. Eso era lo importante ¿no? Aunque la vida les hubiese alejado…
Era digna de ser amada. Eso era lo que tenía. En sus sueños, le oía decir que la seguía queriendo, que no la olvidaba a ninguna hora, ningún día.
¿Y dónde la dejaba eso a ella? Sola. Digna de ser amada pero nunca amada de verdad.
Era la misma barrera de siempre. Salvo que esta vez su grosor se había multiplicado por diez. Salvo que esta vez se trataba de agua.



Está perdiendo la vida. Perdiendo la vida y el interés por ella. Lo sabe. Se lo ha intentado oculta a sí misma durante demasiado tiempo pero es la verdad. Una decepcionante verdad.
Va dejándose arrastrar por el mar. A la deriva, sí, sin importarla dónde llegará. Porque no hay ningún sitio al que quiera ir. La da vergüenza reconocerlo pero tiene la esperanza muerta. Hace mucho que su corazón está yermo y vacío.
En realidad quizás no haya pasado tanto tiempo desde la última vez que fue capaz de distinguir algo diferente al dolor.
Seguro que es porque los buenos momentos se acortan en el recuerdo y los malos se alargan.
Sus días se alargan cada vez más. Y ella se queda a la deriva.
No sabe qué paradero la espera. Quizás llegue a un lugar en el que la angustia deje de atormentarla y pueda renacer de sus cenizas. O puede que las corrientes marinas la arrastren hacia las profundidades, de las que no sea capaz de salir.
¡Qué tontería!
Sabe perfectamente que el mar se la tragará.
Se despide. Hasta siempre. O hasta nunca.
Hasta nunca señores.

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