19 de octubre de 2009

A la deriva II


Se concentra. Es capaz de sentir todos los poros de su húmeda piel en contacto con el agua. La marea la ha empujado hacia las profundidades del océano pero contra todo pronóstico el mar no la ha engullido.
Las corrientes marinas la conducen por el fondo del océano como si de una visita guiada se tratase.
Por vez primera intenta ubicarse. Abre los ojos. Está rodeada de agua. Mira sin ver los variados corales y los coloridos peces que hay a su alrededor. Sus ojos, abiertos, enfocan un punto lejano, en mitad de la nada.
Todavía no es capaz de percibir todo lo que la rodea, pero respira.
Inspira. Espira (que no expira). La entra la duda. ¿Cómo es capaz de coger el oxígeno si sus pobres pulmones no están hechos para sumergirse?
Observa su cuerpo. Todo encaja. Tiene los brazos y las piernas cubiertas de escamas. Al principio se asusta pero luego se da cuenta de que ese cambio es lo único que la ha ayudado a sobrevivir a la tempestad marina. No puede ser tan malo si le ha salvado la vida.
Quizás sea eso, que hay que reinventarse para lograr sobrevivir.
Puede que con el tiempo se acostumbre a esta nueva forma y llegue a apreciar la grandeza de la fauna y la flora que la rodean.
Sí, a lo mejor algún día es capaz de abandonar el estado de deriva en el que se encuentra y con sus aletas (ahora las percibe) dirigirse a donde quiera.

Miles de gotitas mojan su piel.

Adiós, muchacha.
Bienvenida, chica pez.

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