13 de octubre de 2009

Heridas en carne viva


Y según te buscaba, con verdadera urgencia, lo único que pensaba era que a ver si te habías confundido y no habías leído bien mi mensaje, ojalá que no, y ojalá también que no se te hubiese ocurrido acercarte con algún amigo. Esas eran mis únicas preocupaciones. Que estuvieses allí y solo. La idea de que no me abrazases al verme no se me ocurría siquiera.

Y por fin te encontré, solo, ¡Menos mal! Sentado en aquel banco te vi como en mis sueños, tenías apoyados los codos en los muslos y las manos sujetaban tu cabeza. Yo iba hacia ti, Sin prisa, con urgencia pero sin prisa. Sin estar segura de si me habías visto o no. Y cuando ya estaba casi delante de ti, me paré, cada vez más angustiada, sin atreverme a decirte que me mirases. Por fin, muy despacito, levantaste la cara. Tenías ese gesto contraído propio de las situaciones difíciles. Como si no pudieras soportar que entre tú y yo se alzase ese horizonte vacío de la nada. Fueron unos segundos pero se me cayó el alma a los pies y toda la pena que tenía se me redobló.

No me salían las palabras. A ti tampoco. De todas formas, las cosas hay que hacerlas de un tirón, si no te vuelves para atrás, yo por lo menos soy así.Nunca te dije todo lo que te tenía que haber dicho y sé que eso fue lo que destrozó las cosas porque tú nunca entendiste por queme había marchado y no cerramos las puertas, alimentando así los dos una falsa esperanza.
Y aun así, ésta mañana no te expliqué nada de lo sucedido en Agosto. Por eso seguimos igual. O peor. Sigo estancada y ahora te he estancado a ti también. En mi defensa tengo que decir que me pilló completamente desprevenida la ola de emociones que me embargó al verte.

Te levantaste. Agarraste mi mano y empezamos a andar. Yo estaba en una nube. No acierto a decir si era una nube agradable o una de esas que vaticinan un chaparrón. Pero el caso es que estaba muy lejos.
Volví a mi misma cuando me besaste. Un beso como los de antes. Lleno de amor y ternura. No pude evitarlo y me puse a llorar.
Vi tu angustia. Que también era la mía. Me desesperé.
No es bueno sentir tanto.

- Podemos volver a intentarlo (primeras palabras que te dirigía)
- Primero tienes que contarme todo.
- Ya...
- ¿Entonces? ¿Me lo cuentas?
- No. No hasta que esté preparada.
- Has tenido tiempo de sobra.
- Es que sé que si te lo digo, entonces todo se habrá acabado para siempre.
- No lo sabes, no puedes saberlo. Nada puede acabarse si te sigo queriendo.

Entonces me aparté de ti. Te miré por última vez y me marché. Despacito. Despacito pero huyendo.
Y me quedé con mil cosas que decirte. Mil besos que darte. Mil penas que llorar a tu lado.

Ahora, en casa, rememoro y pienso:
- Es lo único que se me da bien. Huir de la gente que quiero. Vaya...

Todo este tiempo yo había obligado a mi corazón a permanecer pequeño y contenido, pero no había podido ser. Qué remedio.

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