8 de diciembre de 2009

Y finalmente, se acabó la época de él

Se había olvidado de olvidarle. Así fue como lo supo. Cuando te olvidabas de olvidar, te estabas acordando, pero cuando te olvidabas de olvidar, entonces ya habías olvidado.
Lo que hizo que ella le recordara no vino de ninguna acción de su cerebro (lo que habría significado que no podía olvidar), sino de una llamada en una fría tarde de domingo a principios de diciembre.
Era sencillo, cuando escuchó su voz, se acordó de él.
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Sintió una enorme alegría al verle de espaldas. Había ciertos sentimientos que era imposible destruir, por mucho que lo merecieran. Él se giró y la vio acercarse. ¿Por qué parecía tan feliz de verla? ¿Por qué estaba ella tan feliz de verle?
Tenía mejor aspecto. Se le véía erguido. Fuerte. La vez anterior su expresión había sido de súplica patética. Esta vez no era así.
Se sentaron juntos. Ella mantuvo las manos sobre las piernas y fijó la vista en los 30 cm de hierba rala que los separaban.
-He estado hecho polvo- explicó él.
Le creyó, aunque ahora no parecía muy hecho polvo.
- Me porté fatal- dijo ella.
-Tengo que contarte una historia- la dijo él- mirándola directamente.
-Vale- respondío ella (intuía que tenía un papel en aquella historia.)
-¿Recuerdas que me preguntaste si pensaba que te ibas a lanzar a mis brazos cuando me vieras?
Ella lo recordó abochornada. Lo había dicho con crueldad, para hacerle daño.
- Bueno, pues realmente eso era lo que pensaba- dijo él sin titubear. -Que te lanzarías definitivamente a mis brazos y que estaríamos juntos para siempre.
Aunque la resultó doloroso oir esto, ella admiró su honestidad.
-Conseguí los impresos de matrícula en diferentes universidades de Madrid.
Admiraba su honestidad pero en ese momento deseaba que cesara.
-Compré un anillo.
Se mordió la mejilla por dentro con tanta fuerza que sintió el sabor de la sangre. ¿Cómo podía decirla esas cosas? Era evidente que a él le resultaba tan doloroso decirlas como a ella oirlas. No sabía cómo responder.
-No pensaba que nos casaríamos- continuó diciendo él. -Al menos los primeros años. Pero quería darte algo para demostrarte que nunca te volvería a dejar.
Sintió que la aporreaban en la cabeza. La salieron lágrimas inesperadas. Él era muy valiente. Hacía falta tener mucho valor para hacer esa confesión. Ella sabía que no iba a parar hasta haberla acabado.
-Trabajé y estudié a la vez. Gaté casi todo lo que gané en el anillo. ¿Y sabes lo que hice con él?
Él la miraba tan fijamente que ella entendió que esperaba una respuesta. Sacudió la cabeza.
-Lo tiré.
Ella abrió los ojos como platos. Solía pensar que ella tenía una gran capacidad de destrucción pero no había contado con la de él. De pronto entendió que esa confesión era parte de la penitencia de ella. Y la de él. Era la penitencia de ambos.
Él se puso en pie. Le hizo falta mirala a la cara solo un segundo para saber que podía abrazarla. Y ella lloró en sus brazos. No eran lágrimas tristes en absoluto. Solo lágrimas que tenía que expulsar. Lloró sobre la camiseta de él. Y él la abrazó tan fuerte como pudo.
-¿Piensas que algún día podrás perdonarme?- la preguntó. Pero su voz no contenía ninguna exigencia. Ella sabía que podría responder sí o no y no por ello la dejaría de abrazar.
-Tal vez- dijo ella en voz baja. -Creo que quizá sí. ¿Y tú a mí?
-Ya estabas perdonada antes de contarte la historia, de otra forma no lo hubiera hecho. Dime, ¿quieres a alguien más?
-Lo intenté- respondió ella. -No se si puedo.
-Podrás- afirmó él.
Ella asintió contra el pecho de él. Se quedaron en esa posicion hasta que se hizo demasiado tarde.
Él se desprendió de ella lentamente, renuentemente. Ella sintió que el aire frió reemplazaba todas las partes que se habían estado tocando. Antes de separarse de ella, le puso las manos en la cara y le dio un beso lleno de deseo. Un nuevo tipo de beso: maduro y decisivo.
Apenas hubo desaparecido, ella volvió a tener la antigua sensación de echarle de menos. No escocía como una herida abierta, era más bien como el malestar de un resfriado que empezaba.
Se preguntó si realmente habían superado su relación. Parecía más bien que se habían superado a sí mismos.

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