4 de febrero de 2013

Sin rumbo


A veces me muestro demasiado. Suele suceder cuando bebo. Pierdo el miedo y empiezo a abrir cajones del pasado y a reflexionar sobre cosas que creía que ya tenía superadas. Y entonces descubro que soy incapaz de dejar mi pasado atrás, que éste sigue colgado de mi cuello y a veces me asfixia.

Todos tenemos pasajes oscuros y traumas. Y somos muchos los que nos autoconvencemos de que por el hecho de haber sobrevivido a ellos los hemos superado, cuando lo que en realidad sucede es que los arrastramos… arrastramos pesadillas, miedos y dolores toda la vida. Y tenemos que aprender a convivir con ellos. Algunos son más fáciles de llevar, pero otros como la muerte, el rechazo, o el lamento… nos condicionan de por vida.

El alcohol desinhibe los recuerdos y los pensamientos distanciándolos de nosotros mismos e inundándonos de valor (o de la apariencia del mismo). Pero es en las horas posteriores a la borrachera, al llegar a casa después de haberlo pasado extraordinariamente bien, cuando te paras a analizar las ranuras que has abierto la noche anterior y descubres los huecos que tienes en el alma y los vacíos en el corazón. Quedan patentes, a la luz del día, los pequeños suplicios diarios, los dolores ocultos, las ausencias negadas… el sufrimiento.

No aciertas a expresar con palabras ese sentimiento de vacuidad y desasosiego que te embarga al analizar minuciosamente tu vida. Las palabras no bastan.

Algo no va bien (aunque digas que todo va bien y hasta lo creas en ciertos momentos) cuando descubres que el desastre que fuiste durante los últimos años de instituto todavía permanece en ti. Resulta que no has endurecido ni aprendido lo suficiente porque sigues cometiendo errores parecidos a los de antaño y remolcando los mismos lastres: esa falta de seguridad, esas horas cada vez más y más largas de insomnio, ese desentendimiento que crece cada día entre tu madre y tú, esa sensación de desamparo, esa desidia absurda…

Asúmelo, algo no funciona si te rompes por dentro cada vez que te planteas la vida (será por eso que lo haces cada mucho tiempo) y desestabilizas solo con pensar en tu fragilidad. Algo va mal si pospones indefinidamente citas médicas y operaciones quirúrgicas y no consigues conciliar el sueño durante más de 4 o 5 horas diarias. Admite que en el desamor no es sano aferrarse al sexo como sustituto del amor. Reconoce que no todas las madres se lamentan de haber tenido hijos ni todos los hijos intentan ser indiferentes hacia su madre. No, no es normal. Tampoco lo es que olvides las llaves (y la cabeza) a cada momento, que pierdas el norte, el rumbo y la dirección y en vez de avanzar des bandazos por la vida.

Acepta que algo va mal si redescubrirte a ti mismo resulta desgarrador hasta el punto de llegar a creer que el dolor va a romperte.

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