12 de febrero de 2013

Delirios


Miro al cielo y observo cómo bailan las estrellas. Una de ellas baja desde el firmamento hasta situarse a mi lado. La estrella (blanca, reluciente), me mira directamente a los ojos, parece que quiere decirme algo. El tiempo se congela. Mi pelo vuela, alborotado, alrededor de mi cabeza. El viento silba versos de Machado. Las sombras del anochecer se ciernen sobre el campo. El cielo se torna violeta y de él surgen decenas de caballos alados. Los grillos comienzan a cantar y a titilar. Las cigarras se unen al improvisado recital. A lo lejos se oyen las voces de todos aquellos a los que alguna vez se les mandó callar. La luna, burlona desde lo alto, brilla más que nunca.

En cuestión de segundos se produce un gran bullicio. Los gritos de la gente ganan volumen e intensidad, todos los animales del campo se suman al canto de las cigarras, y el viento deja de silbar para empezar a aullar. Entonces, aparece el torbellino de sensaciones, que tira de mi estómago y empieza a absorberme…

Despierto. Tengo la frente perlada de sudor y el pulso elevado. Cojo el termómetro y me tomo la temperatura: 38,81ºC

(Maldita gripe, que hasta en los sueños se cuela…)


C'est vrai, je ne sais pas comment vivre sans te voir, comment respirer si tu n'est pas ici avec moi.

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