29 de enero de 2010

Conversación en el tren

No soy una persona dada a escuchar conversaciones ajenas en lugares públicos pero el diálogo que presencié ayer en el tren es digno de mención.
Dos treintañeros son los protagonistas de tan lamentable historia. Algunos de vosotros los consideraréis jóvenes y otros pensaréis que ya están "creciditos" pero yo me limitaré a describirlos como seres inmaduros.
El caso es que estos dos personajillos dieron un "espléndido" espectáculo a todos los pasajeros del vagón que, por vergüenza, no nos tapamos los oídos ante el ruido que generaron al hablar (o más bien gritar).
El de la camisa blanca, después de repetirle siete veces a la persona que está al otro lado del auricular "Te quiero, te quiero, despega el teléfono móvil de su oreja y lo cierra.
El amigo (de jersey a rayas) le pregunta:
- ¿Qué? ¿Otra vez la puta zorra esa? ¿Cuando coño la vas a dejar?
-Si. Era ella. Pues dentro de poco, pero todavía no, cuando me pague la casa.
-¡Claro! Dila que si tu pones el terreno ella tiene que pagar la casa.
- Si si. Si eso es lo que va a hacer. No he tenido que convencerla. La muy tonta se ha ofrecido ella sola. Es que hay que ser tonta.
- Pues tú ten cuidado a ver si esta va a querer algo en serio.
-¡Y una mierda! ¡Pero si ni siquiera es tan buena en la cama!
-¿Qué dices? ¡Si está buenísima!
-Que eso no tiene nada que ver. Yo me acosté una vez con una gorda y fue cojonudo.
-Bueno, bueno...
Al término de la conversación mis ojos estaban a punto de salirse de sus órbitas. Todavía me encontraba mirándoles cuando ellos se percataron de que tenían público y, después de echarme una mirada de arriba a abajo, el de la camisa blanca me silbó y el amigo me preguntó:
-¿Qué? ¿Tú también quieres?
Hubiese sido el momento idóneo para pedirles el número de teléfono de la pobre chica que iba a pagar la casa a ese cretino y avisarla de la "joya" que tenía.
Sin embargo, bajé la vista y me hice la tonta. Lo primero porque no tenía intención de inmiscuirme en vidas ajenas y lo segundo, porque no me apetecía que se riesen de mí. Aun así, ganas de hacerlo no me faltaron. En absoluto.
El chico de la camisa sacó la PSP y se puso a jugar. El que iba a rayas abrió el ADN por la sección de deportes y comenzó a leerlo. Y yo, con una sensación tan abominable en el cuerpo que hasta tenía ganas de vomitar.
Menos mal que solo quedaban cinco minutos de trayecto y que afortunadamente conozco hombres buenos y sinceros que me demuestran que la humanidad no está perdida del todo.
*He intentado mantenerme fiel a los hechos acontecidos pero las palabras que he puesto en boca de los dos hombrecillos, por motivos de educación, son menos fuertes que las palabras con las que ellos "deleitaron" mi oído.
Eso sí, el mensaje es el mismo.

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