Ayer fue una tarde extraña. Me hizo
darme cuenta de que realmente no estoy viviendo. Como mucho sobrevivo. La verdad es que no me lo planteo
demasiado. Hago lo que se supone que tengo que hacer (tareas del hogar,
estudios, actividades…) y punto. Pero ha llegado un momento en el que hasta
entablo conversaciones mecánicamente, me intereso por los que me rodean porque
sé que es lo que debo hacer. Y sin embargo no siento nada de todo eso.
Definitivamente, lo que yo hago no es vivir, es encerrarme en mi propio mundo y
actuar como se supone que debo hacerlo es huir de la cruda realidad.
Huyo de mí misma y de mis emociones. M e
permito pensar sobre mis sentimientos muy pocas veces y durante pequeños ratos,
intentando siempre que haya gente alrededor para no llegar nunca a un punto
extenuante de dolor.
Así he aprendido a sobrevivir de manera
inerte y eso me entristece mucho.
También sé que huyo de los recuerdos
relacionados con él, de todos los momentos que pasamos juntos. Esta huida es la
más difícil de sobrellevar puesto que cuando te prohíbes recordar pero a la
vez estás aterrorizada por el olvido no hay forma humana de aguantar. Él
siempre está presente: a veces en lo más recóndito de mi ser y otras en la
superficie, pero siempre, el 100% de mi tiempo. Y como evito el pasado y el
futuro, solo me queda el presente, que está impregnado justamente de los otros
dos tiempos que quiero abandonar. Por eso me encantaría crear un instante
alternativo en el que pudiese vivir por mí misma.
No tengo memoria de nada bueno ni agradable que me haya pasado. Todo esto ha
borrado mi tiempo anterior de tal manera que lo único que me viene a la mente
son desgracias. Curioso cómo en unos días se puede perder
todo lo que eras y cómo la soledad te abre los ojos diciéndote que no te queda
nada. Absolutamente nada.
DOWNTOWN- PETULA CLARK
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