23 de septiembre de 2009

Los olvidados


Esta es la historia de una señora a la que (por qué no) llamaremos María.
Cuando la conocí ella sufría de dolores en un tobillo y una muñeca, pero lo más significativo era que padecía depresión. Hacía dos años que se había muerto su marido y sus hijos hijos se acababan de independizar. De repente se encontraba sola cuidando a una madre a la que (para colmo de males) la habían detectado cáncer de pecho recientemente.

Esta mujer se puso a trabajar con 61 años cuando nunca antes lo había hecho. Limpió casas y oficinas. Consiguió llegar a fin de mes gracias a estos ingresos y a la pensión de viudedad que le correspondía. Cuidó de su madre y por fortuna esta última logró superar su batalla contra el cáncer. Ella, a una edad cercana a la de jubilarse, había conseguido salir adelante.

Pero la vida es caprichosa e impredecible y el destino quiso que María se cayese por las escaleras y sufriera graves daños físicos (de ahí que tuviese que ir a rehabilitación). Por supuesto, tuvo que dejar su trabajo y en parte por ello se sumió en una gran depresión.

Cuando yo la conocí en mayo, ella llevaba más de dos meses sin salir de casa más que para ir al médico. Durante los quince días que duró el tratamiento de rehabilitación que teníamos varias chicas a la vez, creamos un pequeño grupo que se entendía a la perfección. Yo era la más joven pero no por ello participé menos en las conversaciones. Había mucha gente que quería saber mi opinión y eso me alagó mucho. Entre todas creamos una especie de clases de terapia mientras realizábamos nuestros ejercicios físicos. Llegamos a estar verdaderamente unidas y en especial intentamos ayudar a María: muchos días la llevábamos información sobre distintas actividades gratuitas que programaba el ayuntamiento o recogíamos para ella datos sobre cosas interesantes que ver en nuestra localidad. Cualquier cosa con tal de que esa mujer hiciese una vida propia y pensase en sí misma.

La acompañé a casa la mayoría de los días y hablé con ella por el camino. Fue una persona que me enseñó mucho. A cambio yo intenté que alegrase un poco el alma. Creo que lo conseguimos. Por lo menos cuando nos despedimos yo noté una mejoría desde el primer día que la había visto.

No sé qué habrá sido de María. Me da miedo que se haya vuelto a encerrar en casa. Ojalá haya logrado salir de sí misma, me encantaría poder darla ánimos, y la deseo todo lo mejor en la vida, porque se lo merece. Y es que ella esuna más de todos esos olvidados, de esa gente que se siente sola y de la que no somos conscientes, pero a los que con un pequeño gesto de cariño y comprensión por nuestra parte, podemos/podríamos sacar una sonrisa.

Qué mejor que intentar sacar una sonrisa a los olvidados; tantos y taaan olvidados...

No hay comentarios:

Publicar un comentario