7 de enero de 2016

Niños por un día

En casa todavía ponemos adornos navideños, postales (hubo dos décadas en las que hasta las escribíamos y mandábamos nosotros. ¡Qué tiempos!), belén, y árbol. También colgamos un adorno en la puerta.

La noche de Reyes colocamos los zapatos (los mejores, más nuevos, y más limpios) debajo del árbol. Encendemos las luces navideñas y llenamos una bandeja de mazapán, turrón, pasas.... y tres vasitos con algo de beber para los Reyes.
Nos vamos a dormir relativamente pronto, y por la noche cada uno se escabulle para hacer de Reyes, de modo que a la mañana siguiente, hay una multitud de regalos (normalmente detallitos o cosas prácticas) que ocupa medio salón (y eso que tenemos un salón emorme).
A eso de las diez siempre estamos todos desayunando roscón en la cocina. Mis hermanos suelen meter prisa a mis padres para que terminen de una vez, porque les gana la impaciencia por reunirnos a todos en el salón y así poder comenzar con el ritual.
Hacemos turnos (a veces por orden de edad, otras por orden de ilusión) y vamos abriendo, de uno en uno, los regalitos. Permanecemos todos expectantes mientras el dueño del nuevo regalo lo desenvuelve, lo admira (o lo mira con un poco de aprensión; pues no siempre acertamos), y disfrutamos del placer de regalar. Muchas veces produce más ilusión que abran un regalo tuyo que recibir tú uno.
La principal norma es no desenvolver el siguiente regalo hasta que la persona anterior ha terminado de abrir y contemplar el suyo. Y así, en familia, entre risas, bromas, y a veces algún que otro enfado, dedicamos la mañana entera.
Solemos emplear una hora en abrir los regalos, y otra más en probarlos, trastear con ellos, ojear los de los demás...
A continuación, mi padre suele poner algún vinilo en el tocadiscos y mis hermanos y yo intentamos adivinar de qué cantante o grupo (siempre de la década de los 80, eso sí) se trata.
Después llegan las pelis, los juegos de mesa, y las gamberradas... Pero eso da para otro relato.

La cuestión es que no sé qué es lo que tiene este día, pero algo de mágico sí hay, pues en casa solemos mostrarnos todos algo más comprensivos y tolerantes. Como si no importase nada más que el aquí y el ahora, y nuestra principal misión fuese sonreir, ser felices, y disfrutar en familia.
Ya véis, por un día somos niños sin necesidad de ocultarlo (y eso que los cinco miembros de la familia estamos ya creciditos...). Visto desde fuera puede resultar hasta ridículo, pero os prometo que los Reyes Magos vienen a mi casa todas las noches del 5 de enero

(Desde bien pequeña he oído a mi abuela hablar de "el calor del hogar". Creo que voy entendiéndolo.)

1 comentario:

  1. Un buen relato recordando el día de reyes. En muchas casas es un día muy especial y en particular si hay niños. Ver las caritas de los niños de ilusión al abrir sus paquetes de regalo es precioso. Tiene razón tu abuela que el día de Reyes se hace hogar. Un abrazo

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