Llega un punto en el que crees que el dolor te ha enseñado todas las
lecciones posibles y que no te puede aportar nada más. Pero, como casi
siempre, estaba equivocada. Estas dos últimas semanas han sido algo
difíciles, y sin embargo, he aprendido. He aprendido que el mundo no se
para por nada ni por nadie. He vuelto a comprobar que hay gente
maravillosa que, efectivamente, merece la pena. He recordado que es
mejor subirse en la montaña rusa que vagar por la llanura... He visto
que la monotonía nos languidece y que la angustia nos corroe. La
ausencia nos vacía y aleja, pero el amor nos llena. La resignación y la
desidia van de la mano hacia un estanque de aguas pantanosas, mientras
que el inconformismo genera movimiento y cambio. Seguir el camino es
aburrido y cobarde, lo valiente es dejar nuestras huellas en mitad de la
roca. Dar y ayudar, sobre todo mediante pequeños gestos, nos hace
sentirnos realizados. Y querer... querer resulta más fácil que dejarse
querer, pero esto último también es vital.
He aprendido a no olvidar lo que siempre he sabido... que merece la pena amar la vida sobre todas las cosas, vivir intensa, desgarradora, arrebatadoramente, dejando el aliento en cada segundo.
He aprendido a no olvidar lo que siempre he sabido... que merece la pena amar la vida sobre todas las cosas, vivir intensa, desgarradora, arrebatadoramente, dejando el aliento en cada segundo.