Hay cierta conexión o
complicidad entre los adultos que empujan un columpio, como si tener un
niño al que empujar crease un vínculo entre ellos. Los parques están
llenos de padres, madres, abuelos, niñeras… cuya única misión es elevar
el columpio lo máximo posible.
Los adultos no se
conocen, no saben nada unos de otros, pero se entienden, porque tienen
algo en común, y es la determinación, el propósito, de que sus criaturas
echen a volar. A veces, sin darse cuenta, las crían mal, como cuando
las empujan sin enseñarlas a balancearse, o cuando convierten los gritos
de ánimo en gritos a secas, presionando a las criaturas que aún no se
atreven a volar solas. Pero llega un momento en el que el niño encuentra
placer y felicidad en los altos vuelos, y termina suplicando a su
adulto: ¡más alto, más alto!, y es que ningún niño quiere quedarse
atrás; todos quieren ser los primeros, los mejores.
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