8 de octubre de 2013

Balancearse para echar a volar

Hay cierta conexión o complicidad entre los adultos que empujan un columpio, como si tener un niño al que empujar crease un vínculo entre ellos. Los parques están llenos de padres, madres, abuelos, niñeras… cuya única misión es elevar el columpio lo máximo posible.

Los adultos no se conocen, no saben nada unos de otros, pero se entienden, porque tienen algo en común, y es la determinación, el propósito, de que sus criaturas echen a volar. A veces, sin darse cuenta, las crían mal, como cuando las empujan sin enseñarlas a balancearse, o cuando convierten los gritos de ánimo en gritos a secas, presionando a las criaturas que aún no se atreven a volar solas. Pero llega un momento en el que el niño encuentra placer y felicidad en los altos vuelos, y termina suplicando a su adulto: ¡más alto, más alto!, y es que ningún niño quiere quedarse atrás; todos quieren ser los primeros, los mejores.

Y, por supuesto, a muchos adultos les gustaría que su niño sea el mejor, el que se eleve sobre los demás y alcance el éxito. Sin embargo, a pesar de ser adultos, lo único que pueden hacer es ponerse de puntillas y dar un último empujón al columpio, deseando y esperando que, finalmente, el niño eche a volar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario