10 de mayo de 2010

¡Qué largo se me hará no tenerte!

Querido Ángel,

Ya han pasado tres meses desde que falleciste, y en este tiempo mi ha vida ha dado mil vueltas de campana. El mundo no se ha parado, continúa, sin aflojar el ritmo. ¡Han pasado tantas cosas desde entonces! Casi todas malas, por eso espero que desde donde sea que estés, no puedas ver lo que ocurre aquí, en este planeta al que llamamos Tierra.
Me enseñaste muchas cosas: los comics de Mafalda, la música de Corelli, los libros de Susana Tamaro, los bailes de la radio, los chupitos de manzana, los besos a oscuras, las frases de películas... todas estas cosas, que forman parte de mi vida cotidiana, y quiero creer que a través de ellas sigues dentro de mí.

Te echo de menos. Echo de menos tus gestos de amor, como aquella vez que te conté un sueño en el que yo tenía muchas orquillas de colores y al despertar sólo encontré de color negro, y tú, el próximo día que nos vimos, me regalaste decenas de orquillas de colorines:
-Para que tus sueños tengan color. -Me dijste.

Te necesito. Necesito que me recuerdes cómo se vive, que me contagies tu pasión por la vida: el riesgo, el decir lo que se piensa.

Te quiero. Y como todavia te quiero, a pesar de que estés muerto, soy capaz de imaginar lo que dirías en algunas ocasiones. Es como si estuvieses conmigo pero sin estar.

Laura. Tuya, hasta la eternidad.
Esto es lo que pensé cuando me comunicaron tu muerte. Y no te creas, todavía, a veces, siento que no hay vida después de tí. No me gusta pensar así, porque yo sé que ver y oir a un triste, enfada. Pero no lo puedo evitar.


Yo sé que ver y oír a un triste enfada
cuando se viene y va de la alegría
como un mar meridiano a una bahía,
a una región esquiva y desolada.

Lo que he sufrido y nada, todo es nada
para lo que me queda todavía
que sufrir, el rigor de esta agonía
de andar de este cuchillo a aquella espada.

Me callaré, me apartaré si puedo
con mi constante pena instante, plena,
a donde ni has de oírme ni he de verte.

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
pero me voy, desierto y sin arena:
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

MIGUEL HERNÁNDEZ

6 de mayo de 2010

Una sonrisa

Una sonrisa no cuesta nada

y significa mucho

Enriquece a los que la reciben

sin empobrecer a los que la dan

Dura un instante

pero su recuerdo es eterno

Nadie es tan rico como para poder

vivir sin ella,

nadie es tan pobre como para no

poder regalarla

Gracias a ella se crea un clima

amable y hogareño

Es el signo sensible de la amistad.

Una sonrisa relaja al que está

nervioso y da coraje al

descorazonado.

En resumen, ¡SONRIE!


Vi esta poesía pegada en la pared de la sala de espera del médico. Consiguió sacarme una sonrisa y por eso no he podido resistirme a ponerla aquí, con el deseo de que haga el mismo efecto en vosotros.

4 de mayo de 2010

Tinieblas

Caminas. Te pesa el cuerpo. Miras el reloj. Tienes tiempo de sobra, hasta dentro de diez minutos no pasa el autobús. Sacas los apuntes de química y empiezas a repasar. Sientes náuseas, quizás por el examen, quizás por tu estado convaleciente, y a pesar de ello continúas de pie, pues sabes que si te sientas te vas a quedar dormida. La noche anterior ha sido terrible. Has estado tumbada en la cama diez horas pero apenas has conseguido conciliar el sueño. En ese estado de duermevela podría decirse que has tenido un par de sueños. Sueños oscuros y llenos de tinieblas. Te recorre un escalofrío por la espalda. Mejor no recordar. Concéntrate. Química.


Y de repente te golpea la verdad. Es como una bofetada. Son las once. El examen era a las diez y llevas toda la mañana pensando que era a las doce. Pero no. Sacas la agenda y allí está, apuntado. Las diez. Sientes impotencia. Llevas una semana estudiando. El profesor te ha dado otra oportunidad porque en realidad el examen fue el viernes pasado pero tú no pudiste hacerlo. Te quedas como atontada, sin saber reaccionar. Al final, levantas la vista de la agenda y descubres que el autobús ha llegado. ¿Para qué? Ya no lo necesitas. Ahora puedes volver a... No, mejor te vas a casa. Te aseguras de que tienes las llaves y, mochila al hombro, te diriges a tu hogar.


El viento agita tu pelo azotándote la cara. Se te escapan unas lágrimas. Bajas la cabeza.Te escondes porque te avergüenzas de ti misma. Te gustaría pararte en medio de la acera y gritar tu angustia. Dejar que el aire se llevase ese grito que te corroe las entrañas y te enturbia el alma.


Cuando llegas a casa te das cuenta de que tienes el rostro pálido y demacrado y los ojos hinchados. Tu cara es un fiel reflejo de tus emociones. La pena te está consumiendo. Y de pronto te ahogas. Todo está oscuro. El torbellino en el que tu mente se ha convertido te arrastra hacia las profundidades. Te vas a desmayar en unos segundos. Y, en tu camino a la pérdida del conocimiento, sólo te acompañan las tinieblas.